De la cabeza a la colica

De la cabeza a la colica María la Chocera le enseñó a Rosa la Rita la oración para curar la culebrica porque brincaba como las ranas y porque de niña se le notaba en la mirada el poder minúsculo de las hadas. María la Chocera era su madrina y luego le enseñó también a rezar el mal de ojo. Un viejo orando estaba, la abuela Santa Ana de comer le llevaba. Rosa la Rita se crió en la sierra hasta los veintidós años porque tuvo que cuidar de sus hermanos y de su padre. Cuando su madre murió, ella sólo tenía siete años y un columpio atado en la noguera en el que se mecía con las piernas retorcidas para no caerse. El vaivén delirante al que invitaba a otras niñas para inventar historias de matrimonios blancos y casas con pasillos largos, se acabó cuando su padre y sus siete hermanos le obligaron a atender la casa y a trabajar el campo. Rosa era una niña despabilada y risueña, siempre atenta a los movimientos lentísimos de los escarabajos y al crujir dorado de las parvas en la era. Por eso cuando tuvo que aligerar y hacerse más grande, le salió una quemazón en el pecho que nunca pudo olvidar. La culebrica y el osagre. Rosa sólo tenía el consuelo de su hermana Regina. Con ella descubrió el espejo de los pozancos y el atardecer rojo del campo. Rosa y Regina estuvieron juntas hasta que ésta encontró marido y se fue a vivir al pueblo. Entonces se quedó sola. Sola con todo el trabajo de una mujer en una casa repleta de hombres. Pepa la Jarciosa le enseñó a amasar el pan y a barrer el horno con el que bregaba casi a diario. A ella le gustaba cerner y cantar canciones antiguas. Recuerda que llegaba a amasar hasta seis celemines y que las manos se le ponían duras de tanto retorcer retamas. Con tres mollicas de pan yo te curo culebrica. Cuando tenía veintidós años, Rosa dejó el cortijo y se bajó al pueblo porque le había rondado Antonio el Rito con su hablar pausado y su finura incompleta de galán repeinado. Como su madrina la Chocera le había enseñado también a rezar el mal de ojo, cuando lo supo la gente, le encomendaron quitarle el llanto a los niños desconsolados, a las muchachas ardientes o a los hombres desechados. Dos te han matao, tres te han de sanar... lleva el mal de ojo de donde lo trajiste. La hija de Regino y Rufina siempre está sonriendo. Ha sido blanqueadora, agricultora y una cantarina muy devota en la Hermandad de la Aurora. Su vida ha estado concentrada en la servidumbre más dulce y en su fuero de niña siempre le ha quedado pendiente ser más sagaz y aventurera. Pero Rosa es así, afanada siempre en el movimiento corto, capaz de las mayores emociones por los pesares ajenos. Nunca le ha importunado su hablar acelerado y teatral porque nunca tuvo el empeño de figurar en las listas de las personas ilustres que se pavonean con vestidos elegantes y gestos remilgados. Rosa la Rita es natural como la sombra del membrillero en la tierra. O como dice ella: una mujer buena, trabajadora y analfabeta legítima. De la cabeza a la colica.

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